Hablamos por tercer día seguido del amor.

Se nos dijo: “amaos los unos a los otros”.

Aïvanhov insiste una y otra vez en el poder curativo del amor.

Nos previene cada vez para que las dificultades y desengaños de la vida no nos vuelvan desconfiados, hoscos, huraños.


La fuente debe fluir. Si deja de hacerlo, se convertirá en ciénaga, habitada por bichos y mosquitos.

Nuestra familia son todos los seres que sienten, y no solo la familia de sangre.

Podemos mandar nuestro amor al universo entero.

El universo cambiará.

Regeneremos el mundo.

«¡Qué símbolo tan profundo y significativo el de la fuente! ¿Por qué? Porque nunca cesa de brotar y de fluir. Y esta fuente que nunca debe cesar de brotar y de fluir en nosotros, pura y transparente, es el amor. Pase lo que nos pase y hagamos lo que hagamos, nada debe impedir nunca que fluya nuestra fuente.

¡Cuántas personas deciden cerrarse a los demás cuando descubren que les han engañado! ¡No hagáis nunca esto! Antes incluso, si os engañaban, al menos vuestra fuente brotaba y erais los primeros que os beneficiabais de este amor que fluía en vosotros. No es tan grave ser engañado; lo más importante es estar habitado por el amor. Así pues, cualesquiera que sean las decepciones, las amarguras y las pruebas, dejad que vuestra fuente fluya: ella es quien os devolverá la alegría, la inspiración y la fuerza. «

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: mujer en el paso de Jianghotan (Bhutan), 12 mayo 2010
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