La mayoría de los seres humanos tenemos relaciones que sanar.

El desencuentro genera muchas emociones negativas y con frecuencia odio, pero en última instancia lo que prevalece es el dolor.


Con frecuencia damos por hecho que la relación enquistada no puede ser sanada. Puede que sea el caso, pero no debiera impedirnos intentarlo.

El camino hacia la sanación requiere gestos de amor y de buena voluntad, y pensamientos libres de toda crítica y prejuicio.

Para sanar una relación hay que admitir humildemente nuestra responsabilidad, grande o pequeña, en el origen del desencuentro. Las cosas nunca son blancas o negras.

Quizás podemos ampliar la frase de Jesús para decirnos “Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos”.

El pensamiento amoroso y la mano tendida son dos herramientas a nuestro alcance que debemos utilizar más y más.

Son oraciones al viento.

Hay un trabajo de sanación personal e intransferible que nos llama a cada uno de nosotros.