Ayer, en un diálogo sobre la reencarnación, hablábamos de que alguien querido y ya fallecido hace algunos años, podría estar ahora reencarnado en alguien sufriendo. O en alguien feliz…

Ello nos llevo a la idea de que si fuésemos amorosos los humanos unos con otros no habría peligro de hacernos daño como hermanos que somos.

Porque somos hermanos sin saberlo, sin recordarlo. De ahí el mensaje de Jesús.

Por eso hemos de ser impecables y amorosos con todos los seres vivientes. Porque cualquiera de ellos puede ser nuestro padre, o nuestro abuelo, o nosotros mismos. El “somos uno” toma aquí una dimensión muy práctica.

El pensamiento de hoy habla de extender nuestro amor más allá, para que nuestro amor se parezca a ese otro: el amor divino que abarca la totalidad de las criaturas. El amor que brota y da de beber a todos los seres.

Santificaríamos así cada encuentro, cada relación, porque en el otro también estaríamos nosotros, porque seríamos nosotros.

Estamos lejos de esta noción, pero cada pensamiento y acción de respeto por el otro es un paso en el buen camino, hacia la vida ilimitada.

La mayoría de los humanos tienen del amor un concepto tan limitado que en el momento que un hombre y una mujer se encuentran, olvidan a todo el mundo, ya no existe nada para ellos. No están todavía acostumbrados a vivir el amor de una manera más amplia, lo empobrecen y lo mutilan; ya no es el amor divino que brota y da de beber a todos los seres.

El verdadero amor es aquél que abarca la totalidad de las criaturas sin limitarse, sin echar raíces al lado de una sola. Por esto es necesario que a partir de ahora los hombres y las mujeres sean instruidos en concepciones más amplias, que manifiesten menos posesividad y celos: el marido debe alegrarse al ver cómo su mujer abre su corazón al mundo entero, y también la mujer debe sentirse feliz de que su marido tenga el corazón tan vasto. Esto no les impide de continuar siendo fieles mutuamente. Cuando dos seres verdaderamente evolucionados se casan, ya de antemano se han consentido esta libertad mutua; cada uno se alegra de poder amar a todas las criaturas en la mayor pureza. La mujer comprende a su marido, el marido comprende a su mujer, y ambos se elevan, caminan juntos hacia el Cielo, porque viven la vida verdadera, la vida ilimitada.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: público en la fiesta de fin de curso de Anand Bhavan (la Casa de la Alegría), Howrah, Calcuta, 24 abril 2010