El pensamiento, la palabra, la acción, pueden servir para alimentar en nosotros la naturaleza humana y también la divina.
La humana es el mundo de la personalidad, del ego: es exigente, implacable, muchas veces egoísta.
La divina es la del alma, desde la que se manifiesta la sabiduría.
Nos hablan las distintas tradiciones de las deidades que un día fueron los humanos, antes de la pérdida del paraíso, que en el cristianismo se explica con el pecado original.
Solo lo que está sembrado en lo incorruptible da frutos incorruptibles, se nos dice.
Pero los humanos seguimos construyendo la casa sobre arenas movedizas.
Por eso la ignorancia, el engaño, el dolor, la muerte tal como la entendemos.
Cada uno tenemos que realizar una Misión, cuanto antes empecemos antes concluiremos.
Es el camino de regreso a casa y al Padre.
«Cada ser humano recibe cuando nace la misión de llegar a ser un conductor de las entidades del cielo, para que a través suyo el mundo divino vierta sus riquezas sobre la tierra. Los grandes Maestros espirituales son precisamente unos seres que han conseguido realizar esta misión. Por esto todos los que tienen necesidad de ir a beber de las fuentes de la luz verdadera, del amor verdadero, no se cansarán jamás de estudiarlos, de admirarlos y de seguirlos.
Si únicamente os hablasen y os instruyesen los hombres, con sus lagunas y sus debilidades, no aprenderíais mucho y os cansarías muy pronto porque lo que es humano continúa siendo humano, y por tanto limitado y corruptible. Sólo lo que está sembrado en lo incorruptible da frutos incorruptibles, y lo que es incorruptible en nosotros es nuestra naturaleza divina. Los grandes Maestros han logrado identificarse con esta naturaleza divina, y es ella la que tratan de despertar en todos los seres.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Oviedo, 16 julio 2013 (Sai Ruiz)