La analogía de Aïvanhov sobre la carrocería y el conductor nos invita a hablar del alma.
Es difícil ver en el otro lo que realmente es si uno tampoco sabe lo que es.
El patrón más habitual del encuentro entre los hombres es el dos seres viendo solo el exterior, la carrocería.
Siglos y siglos de sabiduría acumulados por tantos seres liberados quedan así reducidos, de continuo, a la mayor ignorancia.
Nos llegan mensajes de que todo lo que hacemos a los demás nos lo hacemos en última instancia a nosotros…
Las reglas de la vida son simples, sencillas, pero insistimos en la ignorancia.
Los tesoros inagotables, todo el Cielo, esperan en el interior.
Nuestra ceguera duele.
«Cuando los humanos se encuentran, ¿cómo se miran, qué ven? Generalmente no van más allá de la apariencia exterior: la ropa, un cuerpo físico, los gestos, las muecas. Esto prueba que no poseen la verdadera ciencia. Es exactamente como si, deteniéndose delante de un coche, sólo vieran la carrocería olvidando que en el interior existe un conductor, es decir un ser que piensa, que siente y que actúa. Pues bien, precisamente cuando os encontráis con un hombre o una mujer, debéis acostumbraros a buscar su ser interior. Y cada vez id más lejos con el fin de encontrar un alma y un espíritu, porque es allí donde descubriréis tesoros inagotables… todo el Cielo.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: niños en Uganda, Kelele Africa, marzo 2013