El pensamiento de hoy evoca un camino de ida y vuelta.

En el de ida nos hacemos materia, para manifestarnos en la tierra, a través de cuerpos muy densos.

En el de vuelta, la materia es espiritualizada, hasta un día poder manifestar nuestra naturaleza divina.

La espiritualización de la materia nos hace ligeros, livianos, libres.

Nuestros pensamientos y actos nos llevan en una u otra dirección: hacia una mayor densificación e identificación con la materia, o hacia una mayor comunión entre nuestras dos partes, que deben ser integradas.

Figuradamente, podemos apretar o soltar los grilletes que nos limitan.

Aprender a renunciar, a desprenderse, a liberarse, se nos sugiere.

«El ser humano ha descendido de las regiones celestiales por un proceso llamado involución. A medida que se produce el descenso en la materia, al alejarse del fuego primordial, se carga de cuerpos cada vez más densos hasta llegar al cuerpo físico. Exactamente como en invierno, cuando debemos enfrentarnos al frío, nos vemos obligados a ponernos vestidos cada vez más densos, ¡desde la camiseta y la camisa hasta el abrigo!

Para retomar ahora el camino hacia arriba, el ser humano debe desvestirse, simbólicamente hablando, es decir despojarse de todo lo que le vuelve denso: en vez de tratar de acumular, debe aprender a renunciar, a desprenderse, a liberarse. La acumulación es la que favorece el descenso. Cada pensamiento, sentimiento o deseo inspirado por el instinto de posesión, viene a pegarse a sus cuerpos sutiles como la escarcha sobre las ramas de los árboles en invierno. Es necesario que el sol de la primavera vuelva a brillar para que se funda la escarcha y que el hombre vuelva a encontrar a su verdadero ser.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Foto: Rio Carrión pasando por Guardo, Palencia, 12 mayo 2015 (Marga Lamoca Campo)