Hoy se nos habla de tener los pies en la tierra y la mirada en el cielo.
La mirada en el cielo significa estar conectado con el Alma Suprema a través de nuestro Ser.
Esa conexión permite al ser humano tomar energía de un lugar puro, incondicionado, y vivir así en la tierra con honestidad y coherencia.
Dice Yogananda que “el árbol genealógico de todos los hombres es impresionante: ¿no son todos hijos del Más Alto, y coherederos de un reino eterno?”
El ser humano tiene dentro una chispa divina, que puede estar apagada o encendida.
Cada vez que nos elevamos interiormente muy alto esa chispa se enciende. Y entonces ocurren los milagros.
Hay una grandeza y una luz en cada uno de nosotros que debe ser despertada.
Nadie puede hacerlo por nosotros.
Esa luz nos pide que la activemos cuanto antes para vivir en plenitud.
Tanto como podáis, esforzaos en elevaros interiormente muy alto, y permanecer allí el mayor tiempo posible. Elevarse y permanecer en las alturas significa no dejar jamás de ser noble, justo y generoso. Las alturas de las que os hablo, son la grandeza y la luz que están en vosotros, y esta grandeza y esta luz, os enseñan que es necesario saber descender para ayudar a vuestros hermanos los humanos.
Aunque viváis y trabajéis en la tierra entre los humanos, hay que evitar descender interiormente, es decir dejarse llevar por tendencias inferiores o participar en empresas egoístas y deshonestas. Para elevaros, no imitéis jamás a esta gente altiva, inaccesible y dura que no quiere rebajarse para tender su mano. Tomad más bien el ejemplo del sol: desciende hasta nosotros, nos calienta, nos ilumina, nos envía sus mensajes, su alma, su amor, nos da su vida, pero él mismo permanece eternamente en las alturas.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: pintura de Nicholas Roerich: “Frontier of Tibet” (1940)