Durante siglos los seres humanos hemos avanzado desde el intelecto.

Los logros alcanzados son muchos y meritorios, en muchas áreas.


Pero el intelecto se queda en la frontera de la verdad última, y no es capaz de responder a la gran pregunta: “quién soy yo”.

Esa pregunta sólo puede responderse desde la intuición.

Intuición no en el sentido que le damos habitualmente a este término, sino como información que llega desde la luz del alma.

Esta información requiere la conexión previa con el alma, consciente o inconscientemente.

A partir de ahí, caen los velos, uno tras otro y nos es dado contemplar la realidad, sin el maya o ilusión.

A partir de ahí, también, se vive en comunión.

¡Grandes regalos nos aguardan!

«Mediante el intelecto podemos conocer el mundo físico y algo del mundo psíquico, pero nada más. El intelecto es de hecho una facultad muy reducida que no nos permite conocer toda la verdad. Coged una rosa, por ejemplo: la verdad de la rosa, no está sólo en su forma, su color y su perfume, sino en una emanación, una existencia, un alma que no se puede captar mediante el intelecto; para conocerla, es necesario penetrar dentro de todo este conjunto de elementos que hacen que sea una rosa, y entonces captar su quintaesencia.

Y lo mismo sucede con el ser humano: la verdad sobre él engloba todo lo que le concierne, no sólo su cuerpo físico, sino sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, sus aspiraciones más elevadas… Mientras no las conozcáis, no sabéis la verdad sobre él. Conocéis la apariencia, pero no la verdad. La verdad es una síntesis que sólo puede ser conocida por el espíritu.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: el cielo cerca de Madrid, 13 noviembre 2013 (foto de Concha Barbero de Dompablo)