Hoy hablamos de la ley de la causa y efecto, que precede a la ley de la reencarnación o renacimiento.

Forman, junto a la noción de un alma inmortal, un triángulo desde el que todo se explica.

Es triángulo liberador pues da respuesta y perspectiva a todo.


Cuando se acepta la ley de la reencarnación, disminuye la presión del ego o personalidad, y aumenta la noción de interrelación, que es la antesala al sentimiento de unidad y de fraternidad.

Nuestra educación basada en la mente racional nos aleja cada día de estas dos leyes.

En un mismo hogar, el hijo no cree en lo que estructura vitalmente al padre.

El triángulo sin embargo tiene poder revolucionario para cambiar el pensamiento y la conducta de los hombres.

Seguiremos hablando de este triángulo esencial.

«El universo está regido por la ley de causas y de consecuencias. Cada acto, cada acontecimiento, es una causa que conlleva consecuencias, y cada acto, cada acontecimiento es, en sí mismo, la consecuencia de una causa. Causas y consecuencias están pues indisolublemente ligadas, pero la duración de una vida humana es demasiado limitada para que podamos observar este vasto juego de los encadenamientos. De igual forma que hoy constatamos hechos que son la consecuencia de causas muy anteriores a nuestra existencia actual y que no conocemos, tampoco podemos prever las consecuencias que ocasionarán ciertos hechos que ahora se están produciendo. Actualmente nos encontramos pues ante situaciones que son, unas el resultado de causas, y otras de consecuencias, y por eso hay tantos acontecimientos cuyo sentido se nos escapa.

En cuanto a la reencarnación, sólo es en realidad un aspecto en particular de esta ley de causas y de consecuencias. Como la vida de los seres no se detiene en el momento en que abandonan la tierra, no sólo las consecuencias de sus actos les siguen al más allá, sino que cuando vuelven a encarnarse, persisten vivas y activas. No podemos pues afirmar que tal persona no merezca las buenas condiciones con las que se beneficia en esta existencia, y que tal otra no merezca la injusticia de la cual es víctima, porque no sabemos nada de sus encarnaciones anteriores. Hasta que no admitamos la reencarnación, no comprenderemos nada de la justicia divina.»
 
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Editorial Prosveta. Imagen: niños en el colegio en la provincia de Quang Tri, Vietnam, 1 octubre 2014 (Jesús Vázquez)