Hoy se nos trae el hermoso símil de la banca celestial.

Los depósitos que allí podemos hacer son las emanaciones luminosas y puras, el pensamiento y la obra noble, desinteresada y generosa.

Son depósitos que permanecerán siempre y que nos ayudarán en nuestra evolución para reencontrarnos con nuestra esencia.

Nuestra esencia es divina, pero aquí en la tierra nos olvidamos de ella, y nos convertimos en caricaturas.


El alma y el ego, las dos realidades. Es como si gran parte del tiempo el ego nos agarrase y nos arrastrase por los terrenos más inhóspitos, sin dejar, como debiera ser, que el alma dirija.

El banco celestial nos recuerda una y otra vez cuáles son las acciones valiosas y cuáles las que no aportan o restan.

Las aportaciones al banco celestial no se enmohecen ni devalúan y no precisan de certificados.

Todos nuestros ahorros debieran estar ahí.

No sólo existen bancos en la tierra, también hay bancos en el Cielo. Todas nuestras emanaciones luminosas y puras, todos nuestros actos, nuestros sentimientos y nuestros pensamientos inspirados por la nobleza, el desinterés y la generosidad son clasificados, sin saberlo nosotros, por unas entidades encargadas de ello; y luego son colocados en el banco celestial como un capital a nuestro nombre. Es como si hubiéramos abierto una cuenta. Posteriormente, cuando pasamos por dificultades o bien queremos hacer el bien, ayudar a las criaturas, podemos pedir una ayuda, un sostén y este banco nos lo proporciona enseguida. Pero si no hay ningún capital depositado, el banco celestial no nos escucha.

¡Cuántos se preguntan si sus oraciones son oídas o no por el Cielo! Ésta es la respuesta: el Cielo sólo escucha y atiende a aquellos que han colocado riquezas en la banca divina.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: expedición al Mamostrong Khangri, Karakorum, India, agosto 2011 (foto de Jonás Cruces http://www.todovertical.com/)