«No debéis olvidar nunca que vuestros estados interiores no os conciernen únicamente a vosotros mismos, sino que influyen también en los demás que están a vuestro alrededor. Si sois impuros (y al decir «impuros», quiero decir injustos, deshonestos, celosos, egoístas, codiciosos…), con vuestras emanaciones ensuciáis a los demás. Debéis saber que, aún deseándolo, no podréis hacer ningún bien si no os habéis desembarazado, primero, de vuestras impurezas. Esto es algo absoluto. Si queréis verdaderamente ayudar a la humanidad, debéis, en primer lugar, purificaros. Aunque no digáis nada a nadie, aunque no veáis a nadie, con vuestra pureza, es decir, con vuestro desinterés, con vuestra abnegación, contribuís a la purificación de la atmósfera de toda la tierra. Sí, sólo con vuestra presencia. Pero si sois impuros, contribuís a envenenar el mundo entero. Y entonces ¡es inútil proclamar por todas partes que queréis hacer el bien!».
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Cielos en Carnac, Bretagne, Francia, 8 de septiembre de 2013 (cortesía de Lu Torralba)