En estas notas hemos hablado con frecuencia de la ley según la cual “dando, recibimos”.

En muy pocas palabras se nos habla hoy de esa magia.

Cuando proyectamos nuestro amor a todas las criaturas, se nos dice, llega enseguida un elemento más sutil del mundo divino para colmarnos.

Nuestros patrones de pensamiento y de conducta están todavía identificados con nuestro pequeño mundo: la familia nuclear, los amigos, la pequeña nación, nuestra “tribu”.

 

Es ahí donde normalmente empieza y acaba nuestra proyección.

 

Solo cuando salimos fuera de esos mundos limitados empieza a vislumbrarse otra realidad, mucho más vasta, integradora.

Para manifestarse en hechos, la palabra amor, tan repetida y manoseada, necesita una preparación, un ánimo, un silencio interior: hay que abonar los campos interiores, tantas veces descuidados.

Solo entonces podremos pasar del pseudo amor al amor, y solo entonces comprenderemos la regla oculta de que aquel que da con amor, todo lo recibe del mundo sutil.

«Aprended a dar, porque cuando dais, recibís. Ésta es una ley de la física: en el universo el vacío no está aceptado. Es por otra parte una fórmula bien conocida: «la naturaleza odia el vacío», y en el instante que se produce el vacío en alguna parte, de inmediato algo viene a llenarlo. Cuando vaciáis una botella del agua que contiene, penetra aire de inmediato, y si lográis extraer de ella el aire, una materia más sutil viene a ocupar este espacio. Siempre es un elemento más sutil el que viene a sustituir al que ha sido eliminado.

Esta ley física se aplica asimismo en los planos psíquico y espiritual. Así pues, si vaciáis vuestros depósitos interiores dando vuestro amor y vuestros buenos deseos a todas las criaturas, llega enseguida un elemento más sutil del mundo divino para colmaros.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: vista desde la Maliciosa, sierra de Madrid, 15 septiembre 2014 (Fermín Tamames)