Hemos hablado otras veces de la función clorofílica del pensamiento, de la regeneración que puede suponer para la atmósfera.

El pensamiento limpio, puro, desinteresado, que tiene que ver con la bondad y con la compasión.

Contrasta este posible pensamiento con el que sentimos a nuestro alrededor, que se convierte en opresivo, asfixiante, contaminante. Tóxico, en verdad.

Las altas montañas y los espacios puros nos abren la mente a la vastedad y maravilla del universo.

Nos recuerdan la posibilidad de contribuir a regenerar el mundo aportando un pensamiento elevado.

Del pensamiento puro surge la acción pura. Del interior limpio surge el hacer limpio.

Si cada uno de nosotros nos limpiamos por dentro, el mundo será distinto.

Hay que empezar por nuestro pensamiento.

Todos los días se oye hablar de la polución del aire. Pero si los humanos fueran clarividentes, o incluso sólo sensibles, habrían constatado que la atmósfera del mundo psíquico es todavía menos respirable que la del mundo físico. Se lamentan de los humos de las fabricas, del gas de los escapes de los coches… Pero ellos mismos, individualmente, no hacen otra cosa que envenenar la atmósfera espiritual con emanaciones tóxicas: sus pensamientos y sus sentimientos de odio, de celos, de cólera, de descontento. Sí, hay que saber que todo lo que fermenta en el hombre como pensamientos y sentimientos malsanos, producen exhalaciones pestilentes, asfixiantes. Se acusa a los coches, pero éstos, comparados con los millones de individuos ignorantes que dan rienda suelta a su naturaleza inferior, ¿qué pueden representar?

Omraam Mikhäel Aïvanhov (!900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es. Foto: en las alturas de Bhutan, 13 mayo 2010. Autor: Jorge Tamames