El pensamiento de hoy nos habla de nuestros dos planos.

En el plano de la personalidad, los humanos nos manifestamos hoscos, violentos, primitivos. No somos grata compañía.

Pero en el plano de la naturaleza superior el ser humano puede manifestar su naturaleza divina, a pesar de todas las limitaciones de la materia.

No hay realmente nada que amar en el primer plano, donde el engaño y la mentira prevalecen. Más bien hay mucho que detestar.

Pero se puede ir más allá cuando se entiende que hay una semilla divina que habita en el interior.

Descubrir nuestra propia chispa, respetarla, alimentarla: es un trabajo para toda la vida.

Cuando alimentamos la chispa divina, la personalidad egocéntrica disminuye: son vasos comunicantes.

En nuestro propio laboratorio podemos experimentar la diferencia entre vivir en la personalidad o en las regiones superiores, ser mendigos o deidades.

Y entonces si podremos comprender la chispa divina latente en todo ser, y trabajar desde el amor.

¿De qué sirve predicar el amor al prójimo si no se explica a los humanos lo que deben amar en los demás? Cuando vemos el modo cómo se comporta tanta gente en la vida de cada día, no se la puede amar, e incluso es inútil intentarlo. He aquí a alguien que se muestra egoísta, duro, de forma odiosa, y se os dice que es necesario amarle… ¡Es imposible! E incluso es tan imposible que no sólo no lo lograréis, sino que esforzándoos en amar  a este monstruo, todavía lo detestaréis más. Para lograr amarle, es necesario ser capaces de proyectarnos más allá de las apariencias concentrándonos en la chispa divina que habita en su interior, y que un día puede manifestar. Pero resulta que no podremos ver la Divinidad en los demás mientras no hayamos aprendido a hacerla viva en nosotros.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Foto: niña en el dispensario médico de Pilkhana, del programa Colores de Calcuta, junio 2009.