Retomamos estas notas hablando del alma.

En gran medida los seres humanos nos relacionamos unos con otros en nuestra dimensión material exclusivamente.


Vemos a los otros como un obstáculo o como un medio para lograr nuestros objetivos.

De esta actitud surge la mente egoísta, calculadora, que nos ha dominado largo tiempo y que todavía prevalece.

Este entendimiento de la vida genera la competencia brutal, la lucha por la supervivencia, el estar en la tierra a codazos.

Un día descubrimos que somos un alma, y que “el otro” es también un alma, alguien que viene de muy lejos, alguien con el que estoy unido en un tronco común, en una raíz divina.

Ese día el paradigma cambia, y la relación con los demás puede empezar a ser de alma a alma.

Ese cambio de dimensión puede sacarnos de nuestro egoísmo y cálculo para llevarnos a la región de la fraternidad.

Ese es el cambio que muy lentamente vive la humanidad, y del que podemos ser parte.

Cada uno tenemos esa opción: vivir en la consciencia del alma o vivir de espaldas a ella.

“Aunque los humanos se vean todos los días, sólo tienen una visión superficial los unos de los otros. Se detienen en su apariencia, y la apariencia a menudo no es muy buena. Olvidan que más allá de esta apariencia también hay un alma, un espíritu, y aunque este alma y este espíritu se manifiesten raramente, están ahí, siempre tienen la posibilidad de aparecer y expresarse. Aún hay que insistir: tener sobre los humanos una visión tan superficial no da muestras de inteligencia.

Un sabio, que sabe que los hombres y las mujeres son hijos e hijas de Dios, se detiene en este pensamiento y aborda a todos los seres con este pensamiento. Está haciendo con ello un trabajo creador, porque así desarrolla el aspecto divino en todos los seres con los que se encuentra, y se siente feliz. Creedme, el mejor modo de obrar con los demás, es descubrir sus cualidades, sus virtudes, sus riquezas espirituales y concentrarse en ellas.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: la cruz de Foncebadón, en el Camino de Santiago, 31 de agosto de 2014 (Berta Grasset)