Volvemos a la luz de ayer, a la luz interna que algún día puede aflorar.

El gran misterio es entender que esa luz potencial está en todos, aunque esté apagada por la caída a lo más denso de la materia.

Todos somos esa lámpara, y por eso en el prójimo siempre habita algo sagrado, algo divino, aunque esté oculto.

Nuestros intercambios son mecánicos, mercantilistas. Pero cuando introducimos la consciencia de ese lado divino y sagrado, todo cambia.

Sacralizamos así la vida y en medio de la cotidianeidad empiezan a surgir los milagros.

Vemos con otros ojos. Y vemos que, tras los ojos del otro, hay una chispa, que también es nuestra chispa.

En la humanidad del otro, nuestra humanidad.

¿Por qué contemplamos la salida del sol? ¿Por qué nos concentramos en él? Para aprender a movilizar todos nuestros pensamientos, todos nuestros deseos, todas nuestras energías, y orientarlos hacia la realización del más alto ideal. Aquél que trabaja para unificar la multitud de fuerzas caóticas que tiran de él en todos los sentidos para lanzarlas en una dirección única, luminosa, salvadora, se convierte en un foco de luz tan poderoso, que su presencia, como el sol, es capaz de irradiar a través del espacio. El hombre que logra dominar las tendencias de su naturaleza inferior, puede extender sus beneficios sobre toda la humanidad y se convierte en un sol. Vive en tal libertad, que amplia el campo de su conciencia a todo el género humano al que envía la superabundancia de luz y de amor que brotan de él.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (!900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es. Foto: madre e hijo esperando en el dispensario de Pilkhana, Howrah, India, 22 marzo 2010