El pensamiento de hoy refleja con mucha precisión el contraste entre la involución y la evolución.

La involución nos densifica, nos aleja de nuestra esencia espiritual.

Nos manifestamos en la materia, es indudable, pero hay diferentes grados de materia.

El propio peso corporal y la acumulación material pueden tener un grado u otro de materia. Pero también cada pensamiento.

Nuestra vida a partir de un momento puede llevarnos a una densificación aún mayor, o a lo contrario.

Nuestros cuerpos puede ser cada vez más densos o cada vez más livianos.

Podemos entroncarnos más en la materia o poco a poco desde la materia iniciar el camino de regreso.

Los caminos que llevan a la involución y a la evolución son muy claros, y ya no puede alegarse ignorancia.

Hay un camino hacia la liberación, y otro hacia la esclavitud.

El ser humano ha descendido de las regiones celestiales por un proceso llamado involución. A medida que se produce el descenso en la materia, al alejarse del fuego primordial, se carga de cuerpos cada vez más densos hasta llegar al cuerpo físico. Exactamente como en invierno, cuando debemos enfrentarnos al frío, nos vemos obligados a ponernos vestidos cada vez más densos, ¡desde la camiseta y la camisa hasta el abrigo!

Para retomar ahora el camino hacia arriba, el ser humano debe desvestirse, simbólicamente hablando, es decir despojarse de todo lo que le vuelve denso: en vez de tratar de acumular, debe aprender a renunciar, a desprenderse, a liberarse. La acumulación es la que favorece el descenso. Cada pensamiento, sentimiento o deseo inspirado por el instinto de posesión, viene a pegarse a sus cuerpos sutiles como la escarcha sobre las ramas de los árboles en invierno. Es necesario que el sol de la primavera vuelva a brillar para que se funda la escarcha y que el hombre vuelva a encontrar a su verdadero ser.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Foto: jinetes en Mongolia con su ganado, 19 junio 2007