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Cuando uno está atento, llegan mensajes de todas partes.

Una expresión, una mirada, un movimiento al caminar pueden encerrar un mensaje del mundo sutil.

Durante eones no vemos nada más allá de la materia densa y rabiosa.

En una encarnación, de repente, empiezan a verse y sentirse otras realidades.

Están dotadas de una ligereza y belleza que nos transportan a otro mundo. Solo hay verdad en ellas.

Van y vienen con frecuencia, como un perfume lejano, hasta que un día, cuando hemos preparado el terreno, se instalan en nosotros, anidan ahí dentro.

Desde ese día seguimos en la tierra atendiendo los asuntos de los hombres pero como tan bellamente dice hoy Aïvanhov somos también conscientes de que las preocupaciones de la tierra ya no tienen ningún derecho de entrada en ese mundo, que es real.

Algo o alguien os ha causado un daño y camináis por la calle desanimados, agobiados. Pero de repente os encontráis con un rostro, una mirada tan magnífica que regresáis a casa reconfortados y aliviados. Es el Cielo que no os ha abandonado y que ha enviado a alguien entre esta multitud para devolveros el ánimo. Cuando hallo semejante mirada, sé que no es la persona misma quien me la envía, sino una entidad que ha entrado en ella para mirarme, y en esta mirada ¡leo tantas cosas! Sobre todo leo que existe un mundo lleno de belleza y de luz en el cual las preocupaciones de la tierra no tienen ningún derecho de entrada.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). “En las fuentes inalterables de la alegría” p 209. www.prosveta.es. Foto: niña en la fiesta de fin de curso en Anand Bhavan, Calcuta, abril 2010