Hablamos con frecuencia en estas notas de enviar ondas benéficas.
La piedra que tiramos al lago provoca ondas en el agua que se propagan y llegan a la otra orilla.
Hay momentos de certeza, de comunión, de éxtasis.
Son las cumbres de la vida, donde conseguimos poner en relación nuestra naturaleza humana con la divina.
Fluyen entonces por dentro fuerzas poderosas.
Es momento de propagarlas como ondas, de desparramarlas, de pensar en los queridos hermanos y hermanas, en todos los seres que sienten.
Es momento de trabajar como hace el Uno y según el antiguo mantra: “Que el amor del ser divino se derrame por todas partes”.
Podemos pasar por el mundo sembrando tensión, egoísmo, insidia, ofuscación, pasiones bajas.
Pero también podemos propagar el bien, cada cual según sus posibilidades.
Todos estos instantes de paz, de alegría y de admiración que os aporta la vida espiritual, no los guardéis únicamente para vosotros. Consagrad al menos algunos minutos a enviar con el pensamiento algo de estos estados privilegiados. Pensad en todos los seres en el mundo que están angustiados, desesperados, concentraos en ellos y decid: «Queridos hermanos y hermanas del mundo entero, lo que poseo es tan hermoso y tan luminoso que quiero compartirlo con vosotros. ¡Tomad esta belleza, tomad esta luz!»
Puesto que sabéis que vuestros estados internos emiten unas ondas que se propagan, no guardéis vuestra felicidad para vosotros, compartidla; así no sólo haréis el bien a los demás, sino que amplificaréis estos estados en vuestro interior. Sí, es un fenómeno mágico: para conservar vuestra alegría, es necesario saberla compartir.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: el lago Leman, Suiza, 19 febrero 2013