El pensamiento que traemos hoy, de Krishnamurti, es muy oportuno para nuestro tiempo.
El ser humano vive en el conflicto, con el puño cerrado, la palabra hiriente en la boca, las armas siempre prestas.
El orgullo, la vanidad, el poder y otras manifestaciones habituales del ego encuentran su vida de escape en el conflicto.
Se nos habla de una cierta paz, que es la paz interior, la que se encuentra cuando estamos ordenados por dentro.
Cuando el ser humano busca y pone los instrumentos adecuados, la paz llega. Hay riesgo de recaída, lo cual es humano; pero cada vez más, esa paz se conquista por más tiempo, es más permanente, el camino permite avanzar.
Cada uno de nosotros podemos crear esa paz y vivirla cada día.
Las controversias y dificultades de la vida se vivirán entonces desde otra atalaya, ajena al conflicto.
Es necesario trabajar en ello cada día, abandonar la cultura del conflicto, arraigada en nuestra psique individual y colectiva, para entrar en el mundo más vasto en el que la energía de la colaboración y de la buena voluntad imperan.
Uno a uno, podemos sumarnos a ese ejército de seres que crean armonía en vez de conflicto.
Los seres humanos han vivido en ese estado conflictivo a lo largo de toda la historia de la humanidad que se conoce. Todo lo que tocan lo convierten en conflicto, interno y externo. Ya se trate de una guerra entre dos personas o la misma vida como ser humano, es un campo de batalla. Todos conocemos esa constante y recurrente batalla, interna y externa. El uso de la voluntad produce conflicto, y el conflicto nunca es creativo. Es complicado emplear esa palabra, lo veremos un poco más tarde. Para vivir, para madurar en la bondad debe haber paz, no paz económica, la paz entre dos guerras, la paz que negocian los políticos, la paz que hablan las iglesias o la paz que predican las religiones organizadas, sino la paz que uno descubre por sí mismo. Tan sólo en la paz podemos madurar, crecer, funcionar. Y no puede haber paz si existe cualquier clase de conflicto, consciente o inconsciente.
Jiddu Krishnamurti (1895-1986), Obras completas, tomo XVI. Imagen: pintura de Nicholas Roerich: “Charaka, the ayurvedic healer”, 1932