Hablamos hoy de la luz interior que expulsa las tinieblas.
De la alegría extraordinaria al sentirse conectado con el universo.
De nacer al principio divino, que hemos negado siglos y siglos.
Es el nacimiento de Cristo en nosotros (la afloración de la consciencia búdica).
Es el tiempo de preparar un lugar sagrado y puro para ese nacimiento.
Un nido para que esa consciencia nueva viva en nosotros.
Esa es la resurrección aquí en la tierra.
“Cuando el alma y el espíritu se unen dan a luz un germen que se desarrolla como una conciencia nueva. Esta conciencia nueva se manifiesta como una luz interior que expulsa las tinieblas, como un calor tan intenso que aunque el mundo entero os abandone nunca os sentís solos, como una vida abundante que hacéis brotar por doquiera que os lleven vuestros pies, como una afluencia de energía que consagráis a la edificación y a la construcción del Reino de Dios, como una alegría extraordinaria de sentirse conectado con todo el universo, con todas las almas evolucionadas, de formar parte de esta inmensidad…, y la certeza de que nadie puede quitaros esta alegría. En la India, este estado se llama conciencia búdica; y los cristianos lo llaman el nacimiento de Cristo.
Si, el nacimiento del principio divino es un acontecimiento interior tan excepcional que nadie puede llamarse a engaño. Sentís la presencia de otro ser que os ayuda, os ilumina, os protege, os alegra, como si el Cielo estuviese abierto ante vosotros”.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). “Navidad y Pascua en la tradición iniciatica”, página 51, Editorial Prosveta, Colección IZVOR. Foto: atardecer en Poblenou del Delta, Tarragona, abril 2014 (Carlos O)