«El sol que vamos a contemplar cada mañana, sólo podemos descubrirlo con muchos esfuerzos, mucha paciencia. Aunque esté ahí, brillante, luminoso, cegador, no se revela fácilmente ante nosotros, y nuestras preocupaciones cotidianas no nos preparan para percibir esta vida sutil a la que aspiran nuestra alma y nuestro espíritu. Pero hay que perseverar, hay que trabajar durante mucho tiempo sobre nuestros sentidos espirituales hasta comprender que es la Divinidad quién se manifiesta a través del sol, y comulgar con ella.

Creéis conocer al sol… No, comenzaréis a conocerle cuando sintáis en el plexo solar una vibración de tal intensidad, que todo vuestro ser será alimentado, colmado… Entonces, como él, estaréis dispuestos a verter sobre el mundo entero vuestro calor, vuestra luz, vuestra vida, y así es como la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, estará viva en vosotros.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: paisaje de Tahiti, noviembre 2015 (Véronique Corsat)