Las comunicaciones con el mundo sutil de una gran parte de los seres humanos están interrumpidas o rotas.
Hemos construido una muralla que nos aísla poco a poco hasta que un día nos impide toda visión.
Cada renuncia al Ser, cada traición pequeña y grande, fortalece esa muralla, que se solidifica y densifica.
Se nos llama al proceso contrario: al desmantelamiento de la muralla.
Hay una pregunta personal, muy íntima: ¿Quiero comunicar con el mundo divino, o elijo permanecer exclusivamente en el limitado mundo de los hombres?
(En el maya o ilusión al que se refiere las tradiciones orientales)
Las reglas del mundo de los hombres son simples: poder, influencia, dinero, satisfacción de los deseos, satisfacción del ego.
En el mundo divino se habla de unidad, amor, fraternidad, renuncia y servicio.
La muralla crece, imperceptible, hasta cortar todas las conexiones con la vida.
La comunicación con el mundo divino, en vez de alejarnos, nos acerca al mundo de los hombres.
Es el gran y hermoso misterio.
«Si los humanos quisieran comprender bien que en su organismo psíquico se producen los mismos fenómenos que en su organismo físico, esto sería ya un progreso. Saben que si respiran aire contaminado, si comen un alimento malo, introducen en su organismo impurezas que éste no consigue eliminar; los intercambios no se realizan entonces correctamente con las fuerzas de la naturaleza. Del mismo modo, si no vigilan sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos, introducen impurezas en su organismo psíquico; estas impurezas forman una pantalla opaca y, evidentemente, las comunicaciones con el mundo divino son cortadas.
Aquellos que se quejan: «Yo rezo, pido ayuda al Cielo, pero no recibo ninguna respuesta», que empiecen por aceptar esta respuesta: el mundo divino les envía constantemente mensajes, pero deben prepararse para recibirlos. Y prepararse significa mejorar su manera de vivir trabajando sobre sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos con el fin de purificarlos”.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: fotograma de “El árbol de la vida”, de Terrence Malick