En todas las escrituras se nos llama una y otra vez a ser hermanos.

Pero los hermanos en la tierra nos matamos por las herencias.

El patrón de enseñanza sigue siendo el mismo: hay que ser el primero.
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Se ensalza la competencia, la separatividad, el yo: todos ellos nutrientes del ego.

Ser el primero es bueno cuando los talentos se usan en el bien común, en el bien mayor: nace el líder servidor.


También es bueno ser el primero en bondad, generosidad, entrega. Es competencia  bienvenida.

Pero el patrón que ensalza el yo y lo mío es el que prevalece.

Los signos están escritos en la pared: o somos hermanos o no seremos.

“Amaos los unos a los otros como yo os amé”, se nos dice.

Los que aman son libres.

««¡Es tan difícil considerar a todos los humanos como nuestros hermanos!», se quejan algunos. Evidentemente es difícil, e incluso es la cosa más difícil del mundo. Pero también es la que se hace más necesaria. El progreso de las ciencias y de las técnicas ha proporcionado a los humanos unos medios cada vez más eficaces para actuar, manifestarse y relacionarse, y como su número no deja de aumentar, no se esfuerzan en dominar sus inclinaciones egoístas, agresivas y sus deseos de dominar, con lo que la existencia se hará imposible.

Por el momento, todavía no lo han comprendido bien: maravillados por los medios puestos a su disposición, se aprovechan de ellos sin preguntarse si lo que estiman útil y beneficioso para ellos, lo es igualmente para los demás; usan y abusan de ellos, e intentan ser los primeros aquí y allá, y se vuelven crueles e inhumanos. Pero esto no podrá durar mucho tiempo. Son las condiciones que ellos mismos han creado las que les obligarán a desarrollar sentimientos más fraternales.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: niños en Uganda, Asociación Kelele Africa, marzo 2013