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Hoy se nos llama a movilizarnos por dentro, a unir a las fuerzas dispersas, hasta ahora dormidas.

Hay un ideal que espera a todo ser humano, que es convertirse en lo que ha sido llamado a ser.

Buda y Cristo ya lo consiguieron y nos hablan del destino del hombre: lograr aquí en la tierra la unión.

La unión es despertar y consagrar la filiación divina.


Cuando está idea está presente, la vida y sus problemas toman otro color.

El ejército interior trabaja con nosotros para conquistar un ideal.

Fuerzas insospechadas nos habitan.

«Poneos a trabajar con convicción, sin preocuparos del tiempo que necesitaréis para realizar vuestro ideal divino. Tenéis las llaves, tenéis los poderes. Todas esas voces interiores que os animan: «¡Levántate, camina hacia la luz!» representan un capital ya amasado en el pasado con vuestro trabajo. Sí, esta necesidad que sentís de caminar por el camino de la perfección es el resultado de los esfuerzos que hicisteis en el pasado. ¿Y qué sucede cuando realizáis un progreso, por muy pequeño que sea, en el plano espiritual? Que se despiertan en vosotros unas fuerzas dispersadas, desorganizadas, que dormitaban en vosotros desde hace milenios y responden a vuestra llamada. Así, de repente, os dais cuenta que estabais habitados por todo un ejército que esperaba ser movilizado. En el momento en que conseguís una victoria, descubrís en vosotros la presencia de fuerzas insospechadas.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Hendaya, agosto 2012 (Jorge Tamames)