Nuestro pensamiento puede llevarnos a otras regiones, a ese otro espacio que es el mundo sutil.

En esas regiones no hay mentira, ofuscación ni odio. No hay engaño, ni estafa, ni baratijas.

Esas regiones constituyen nuestro mundo original, del que hemos bajado para estar en la materia, olvidándonos poco a poco de aquél mundo.

Pero podemos volver a cada instante, con los pies en la tierra, con la mirada en lo alto.

Porque el pensamiento en las alturas, en la luz, nos llenará interiormente de los atributos de la luz.

Nos permitirá estar en la tierra de otro modo, mirando a la creación de un modo distinto, inclusivo en vez de excluyente.

Nos llevará a querer curar en vez de herir, a buscar amar en vez de odiar.

La propuesta es liberadora, vivificadora.

Porque cuando tomamos las riendas de nuestro pensamiento podemos en verdad vivir en libertad y en plenitud.

Haced cada día algunos de los numerosos ejercicios que os he dado; gracias a ellos iréis muy lejos, no debéis tener ninguna duda al respecto. Dejad pues de dudar y de preguntaros: «¿Pero, vale la pena? ¿No es tiempo perdido?» No temo vuestras dudas, no, porque sé que un día u otro os veréis obligados a descubrir la utilidad de estos ejercicios. Lo que a vosotros os perjudica es la duda.

Entre estos ejercicios, hay uno que deberíais practicar lo más a menudo posible. Cuando tengáis algunos minutos libres, tratad de hacer el silencio en vuestro interior y proyectad vuestro pensamiento lo más alto posible, dejando de lado cualquier otra preocupación. Más tarde, en los momentos difíciles, comprenderéis la utilidad de poder liberar vuestro pensamiento para dirigirlo hacia las alturas, hacia la luz. Porque, mediante el pensamiento, podemos destruir el mal en nosotros mismos y a nuestro alrededor.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: fotograma de “El árbol de la vida”, de Terrence Malick