El texto de hoy es una bella alegoría.

Nuestros pensamientos y nuestros actos nos llevan por caminos abruptos y cenagosos.

“Para, me vas a matar”, nos dice una voz interior, pero seguimos por esos caminos llenos de baches y espinas, golpeándonos e hiriéndonos por todas partes.

Aïvanhov nos habla de las reclamaciones que sí es importante atender: las del alma y las del espíritu.

El alma nos pide pureza, luz, espacio, verdad, coherencia, honestidad, bondad. Tantas cosas que nos elevan. Tantas cosas que nos hacen recuperar nuestra filiación divina.

Pero nuestro ego sigue enfrascado en otros afanes y se nos pasan los años y las décadas buscando el tesoro en la ciénaga.

“Para, me vas a matar”, nos vuelve a decir la voz, más quedamente.

¿Qué voz queremos seguir?

A las insatisfacciones que sienten, los humanos tienden a dar respuestas físicas. Actúan como si estas insatisfacciones vinieran del cuerpo físico. Entonces, le dan de comer, beber, fumar, lo distraen, lo pasean, le procuran todos los placeres, y el cuerpo físico harto, saturado, se ahoga y se queja: «Para, me vas a matar, y cebándome así no te sentirás mejor.» Pero los humanos no comprenden el lenguaje de su cuerpo. Se obstinan diciéndose que si esta vez no consiguen encontrar lo que buscan, lo conseguirán sin duda la próxima vez. Desgraciadamente, la próxima vez, sucede lo mismo: el vacío. Pero continúan…

En realidad, no es necesario gran cosa para satisfacer el cuerpo físico; las reclamaciones dentro de nosotros vienen del alma y del espíritu que no cesan de pedir, de suplicar: «Necesito pureza, luz, espacio… Necesito contemplar el sol… Necesito unirme al Señor, trabajar para el advenimiento de su Reino con el fin de que la paz reine un día entre los humanos…» He aquí las voces que debemos distinguir en nosotros, y escuchar bien sus peticiones con el fin de satisfacerlas.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: calle de Madrid, 20 noviembre 2012