Estamos estos días hablando sobre nuestra responsabilidad en elegir.
Enfrente nuestro hay dos grandes posibilidades: la vida consciente y la vida mecánica.
La vida mecánica, mundana, prosaica, nos llama por doquier. La seguimos también por doquier. Nos exprime sin darnos cuenta.
Un día hacemos una pausa, un silencio, y empieza la vida consciente.
No somos capaces de recuperar lo soñado, que aparece vago y difuso, pero tenemos la sensación de haber despertado de una pesadilla. Empezamos a ser conscientes del maya, de la ilusión.
Es buena la analogía entre las aguas pantanosas y las que fluyen.
Las aguas cristalinas y limpias equivalen a vivir en dignidad.
Vivimos en una existencia de luces y sombras. Es como si hubiera dos ríos que fluyen por ella. Uno es el de la oscuridad, con sus aguas pestilentes y pantanosas, en tanto que el otro es el de la luz, con sus aguas refrescantes y cristalinas. Bañaos, queridos míos, en las aguas claras y puras, y no permitáis que las aguas turbias os salpiquen.
“El Discípulo Oculto de Jesús”, p. 52, Ramiro Calle, 2005 Editorial Sirio: Foto: el paso de Jhangotang en Bhutan, 12 mayo 2010