Muy lentamente, la humanidad se mueve hacia la conciencia de la unidad de la que habla Aïvanhov.

En ese lento y frustrante caminar, las manifestaciones del yo pequeño, de la posesividad,  “de lo mío”, siguen fuertemente vivas, eternizando la gran batalla escrita en el Bhagavad Gita.

Pero esa ilusión se resquebraja poco a poco, siglo a siglo.


Estamos lejos de vibrar al unísono con todas las criaturas pero a cientos de millones de personas ya nada humano les es ajeno.

Renunciar al yo para recuperar el Yo es la gran tarea. Y en esa recuperación aparece el otro como parte del uno.

Entretanto, nos masacramos y nos insultamos.

Pero la conciencia de unidad nos espera.

Algunos ya la han desarrollado y son hermoso instrumento.

«Los humanos aspiran a la unidad, pero es evidente que no consiguen realizarla. ¿Por qué? Porque no saben que deben buscarla en el espíritu y en ninguna otra parte. Fuera del espíritu, se entra en el campo de la multiplicidad. La hostilidad, la posesividad, todas las tendencias a sentirse diferentes de los demás, extraños a ellos, tienen su origen en que el ser humano se alejó de este estado de perfección en donde todos los espíritus, identificados con el Espíritu divino, no hacen más que uno. En la unidad jamás aparece la más pequeña manifestación de hostilidad.

Algunos seres han ido tan lejos en esta experiencia de la unidad que se sienten vibrar al unísono con todas las criaturas: ya no existe separación, todas las almas, todos los espíritus vibran al unísono y sienten lo que les sucede a los demás como si les sucediera a ellos mismos. Y éste es, precisamente, el objetivo de la Ciencia iniciática: reconducir a los seres hacia esta conciencia de unidad.”

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Cielo en Madrid el 21-1-14 (David Seaton)