En la vida hay momentos en los que percibimos otras realidades.

Pasa con frecuencia de niños y también en los ideales de la juventud, cuando estamos menos densificados en la materia.

Instantes en los que hemos vivido una comunión, algo superior, elevado, de gran belleza además.

Estas ráfagas de lucidez y de luz tienen que ver con la conexión con otro mundo.

Aïvanhov, poéticamente, nos anima a contactar ese mundo una y otra vez.

Ese mundo existe, y para nutrirse de él, no hay que abandonar éste.

Al contrario, el contacto con el mundo divino es el único que puede dar sentido a nuestro mundo material, terrenal.

Es un manantial siempre brotando donde hay refugio y donde hay verdad.

Tiene sentido buscarlo, frecuentarlo. Es nuestro hogar.

¿Me habéis comprendido? Si queréis desarrollar la verdadera sensibilidad, la que os pondrá al resguardo de las manifestaciones enfermizas de la naturaleza inferior, procurad volver, lo mas a menudo posible, a estos minutos en los que habéis sentido la realidad de la vida divina. Acordaos, seguro que habrá habido algún día en vuestra vida en que una voz magnifica cantaba melodías celestiales. Entrad en vuestra discoteca interior, poned el disco en vuestro aparato: de nuevo seréis cautivados, estaréis maravillados … y de esta manera seguiréis avanzando por el camino de la luz.

Omraam Mikhaël Aïvanhov, 1900-86, La sensibilidad al mundo divino, Ediciones Prosveta. Foto: niños del dispensario de Pilhhana, Howrah, West Bengal, India, marzo 2010