«La predestinación del hombre, su predestinación lejana, es llegar a ser como su Padre celestial, acercarse cada día más a su sabiduría, a su amor y a su poder, y manifestarlos en su vida. Pero sobre el camino de esta gran predestinación, el hombre debe trabajar con pequeñas predestinaciones. Así pues, la predestinación de los pies es la de llevar el cuerpo físico y caminar en la dirección que le indica su cabeza: a veces el pie da un golpe a alguien, ¡pero éste no era su predestinación! La predestinación de las manos es realizar, crear y bendecir; también pueden herir y destruir, pero no es ésta su predestinación. La predestinación de los ojos es mirar, recibir las imágenes, la luz, pero si lanzan miradas hirientes, ésta no es su predestinación. Y así sucesivamente con todos los órganos…
Y ahora, ¿qué es el hombre en sí mismo? El hombre es una síntesis de todas esas predestinaciones, y su función es dirigirlas, organizarlas, porque están ahí como medios, como auxiliares hacia su gran y lejana predestinación: llegar a ser como Dios mismo.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: río Parga en los aledaños de la ermita de San Alberto entre Bahamonde y Guitiriz (Lugo), 18 de marzo de 2016 (cortesía de Koldo Aldai)