Hoy hablamos de pureza, de cielo azul, de nieve inmaculada, de belleza.

Aspirar a la belleza es tender una mano al mundo sutil para construir el reino de Dios aquí en la tierra.

La belleza espiritual puede estar en cada pequeña cosa bien hecha, en los detalles conscientes, en los intercambios con otro ser, en cada apretón de manos si es honesto y limpio.

Aïvanhov nos habla de un aura pura y luminosa, que es nuestro vestido verdadero.

Con frecuencia lo olvidamos y son muchas las circunstancias que lo manchan.

Nos anima a evocar la belleza divina, que es pureza, armonía e inteligencia.

Nos anima a no dejarnos marchitar.

Porque el alto ideal, el amor por la belleza espiritual, es un escudo protector.

En el camino de la evolución, el amor por la belleza puede llevaros muy lejos, pero sólo el amor por la belleza espiritual, la belleza divina que a la vez es pureza, armonía e inteligencia. Porque este amor por la belleza es una protección, es él quien os impedirá que os extraviéis en la mediocridad y la mezquindad, todo lo que pueda manchar vuestro corazón y vuestra alma. Es como un traje que os protege.

Cuando lleváis bonitos vestidos nuevos, no os ponéis a lavar vuestro coche o a fregar los platos y hacer la limpieza de la casa con ellos. Pero si lleváis vestidos viejos ya manchados, ¡con qué gusto continuáis manchándolos! Entonces, ¿por qué no sacar una conclusión para la vida interior? Suponed que interiormente poseéis un vestido magnífico, un aura pura y luminosa – éste es el vestido verdadero –: no osaréis mancharla, puesto que ella os protege. Es así como el amor por la belleza puede salvaros.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Imagen: “Kuluta” pintura de Nicholas Roerich, 1936