Ayer hablábamos del poder de la mirada.

Me encuentro una mirada que me llega de lejos, de las profundidades. Es como una mirada del alma.

Sus ojos se posan en los míos como diciendo: “te comprendo y soy tu hermano”.

Mi mirada puede ser distraída, utilitaria, o puede  surgir de dentro, desde la mayor consciencia.

Surge entonces la práctica del drishti, que es mirar al otro desde el alma.

Desde ahí ya no hay división ni posible querella. Solo hay amor y compasión.

Miramos y no vemos, esa es la verdad.

Cada día es una oportunidad, que podemos aprovechar o perder en el basurero, en el vocerío.

No hay tiempo que perder.

Foto: en el camino al Baltoro, Pakistan, 2005, original de Jonás Cruces