Con frecuencia hablamos del sol, de su dar permanente, desinteresado.

Nos da calor y llena el mundo de los más bellos colores.

Nos aporta la mirada de Dios mismo, en las bellas palabras de Aïvanhov.

Del sol podemos extraer la quintaesencia de lo que podrían ser nuestras vidas cuando miramos desde lo alto, sin atascarnos en lo pequeño.

Dar equivale así a vivir en la verdad en vez de vivir en lo pequeño.

El sol es el gran símbolo. Nos ilumina.

Y cada ser humano puede ser un pequeño sol, dando calor e iluminando allá donde vaya.

Lámparas iluminando la vida, cada cual en su pequeño ámbito…

El sol brilla, y brilla sin preocuparse en saber si las criaturas a las cuales envía sus rayos son inteligentes o estúpidas, buenas o criminales, si merecen o no su favor: las ilumina a todas sin distinción. Por esto se puede decir que el sol es la mejor ilustración del amor divino. Observad incluso a los seres más extraordinarios que existieron en la tierra: todos han sido partidarios de algo, han tenido algunas preferencias e incluso alguna animadversión. Sí, incluso los más grandes profetas, incluso los más grandes Maestros no supieron liberarse del todo de la necesidad de aplicar la ley de justicia y castigar a los malvados, porque nada es más difícil. Sólo el sol aporta a los humanos la misma mirada que Dios mismo. Sabe que son chispas divinas que un día regresarán al seno del Eterno. Por esto desde hace milenios continua calentándolos con paciencia, iluminándolos, vivificándolos y les da vida. ¿No es suficiente este ejemplo para estimularnos?

Omraam Mikhäel Aïvanhov (!900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es. Foto: jardín botánico de Calcuta, India, 24 marzo 2010