El mundo sutil nos habla desde muchos lugares.
Con frecuencia a través de la naturaleza.
Muchas veces también a través de un rostro, de una mirada, de una comunión fugaz.
De un silencio.
Llega y nos hace una visita, que nos llena de gracia.
Pero enseguida volvemos al griterío.
En lugar de guardar esa llama para que no se apague y alimentarla para que crezca dentro, nos olvidamos de ella, y la llama se muere.
Esa preciada visita de la gracia tarda en volver.
Nos abrimos, se nos dice, a pensamientos oscuros, y pesados, que nos fatigan y hunden.
La alternativa son los pensamientos luminosos, elevados, a través de los cuales, como por magia, podemos estar siempre en contacto con el Cielo.
Porque el Cielo siempre ilumina al que está atento y consciente.
«Habéis vivido un momento de gran intensidad espiritual, finalmente habéis saboreado la paz, el amor, la luz… Haced todo lo posible para conservar este estado, no os dejéis llevar por actividades y preocupaciones prosaicas. Para justificar su negligencia, algunos dirán que estos momentos de gracia que han vivido eran, tal vez, el fruto de su imaginación. El Cielo les ha iluminado, fortalecido, y ¡se preguntan si no han sido el juguete de una ilusión! Para ellos, el sentirse débiles, agobiados, atormentados, es la realidad. ¡No me habléis más de la ignorancia y la ingratitud de los humanos!
Esforzaos en retener y profundizar todos los escasos momentos que os han permitido recibir corrientes de energía pura que os sostendrán toda vuestra vida. No son los esfuerzos los que os fatigan; lo que os fatiga, es la tendencia a abrir vuestro intelecto y vuestro corazón a pensamientos y sentimientos oscuros, pesados. ¿Cómo no estar fatigado cuando nosotros mismos somos nuestra propia carga?”
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86), “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: mujer en Salgaon, Rajasthan (India), 19 febrero 2014 (Koldo Aldai)