Los iniciados hablan de la chispa divina, de la presencia del Divino.

Desmitifican a Dios, al que ven por doquier, porque su chispa salta aquí y allá.

Es la chispa que el mundo racional se encarga de apagar, de anegar.


Es la chispa que se apaga cuando los humanos nos matamos unos a otros (de pensamiento, palabra y acción).

Pero para el que está atento y limpio de corazón la chispa no se apaga nunca.

Sigue ahí, fuerte y poderosa, y da luz y calor.

Vemos una expresión en un rostro, y sentimos esa chispa que nos atraviesa como un corriente…

Es la mágica presencia.

«Algo o alguien os ha hecho daño, y camináis por la calle desanimados, apesadumbrados. Pero he ahí que os cruzáis con una cara, con una mirada tan magnífica, que volvéis a vuestra casa consolados, aliviados. Es el Cielo quién os ha enviado a alguien para animaros. No os engañéis: si os encontráis con miradas así, no es la persona misma quien os la ha dado, sino una entidad que se ha introducido en ella unos instantes para poder ayudaros.

Este tipo de experiencias os hacen tomar conciencia de que estáis conectados constantemente con miles de entidades benevolentes. Vienen a vuestro encuentro, nunca os abandonan. ¿Por qué no lo sentís? ¿Por qué añadir a los sufrimientos reales que experimentáis el de creeros que estáis solos, privados de todo socorro? Durante unos momentos estabais como aniquilados, y después, de repente, recuperáis fuerzas y ánimo. Dad, pues, las gracias a todos estos seres que vienen a vuestro encuentro. Cuanto más conscientes seáis, cuanto más agradecidos, más atraeréis su presencia.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta