Hoy se nos habla de la pureza en su sentido más importante, que es el de las intenciones y los objetivos.
Antes de dada acción podemos pensar si nuestra motivación es pura o si atiende a intereses impuros.
Puede que nuestra motivación atienda a los intereses de nuestro ego, que sutilmente nos convence de su idoneidad.
Cuando operamos desde el “rey ego”, con frecuencia nuestros motivos están distorsionados, llenos de claroscuros.
Pero el ser humano que opera desde el alma manifiesta motivos puros.
Hay una gran belleza en los objetivos desinteresados, porque acercan al hombre a su naturaleza divina.
En un momento dado, en una encarnación concreta, nuestra naturaleza superior empieza a imperar sobre la inferior.
El alma empieza a dirigir, y empezamos a recuperar nuestra soberanía.
Ser soberanos o súbditos, esa es una elección.
“Hablad de la pureza y no habrá nadie que quiera escucharos. Unos la considerarán como una virtud pasada de moda por la que no deben preocuparse, porque la identifican con la castidad, y en nuestros días, la castidad… Para otros, es un estado maravilloso por el que sienten nostalgia porque la asocian con la infancia, con esta inocencia que perdieron y que nunca volverán a encontrar. En realidad, la pureza es un concepto que pertenece a un ámbito mucho más amplio. Es puro todo lo que está inspirado por nuestra naturaleza superior; es impuro todo lo que está inspirado por nuestra naturaleza inferior. La naturaleza inferior, alimentada por nuestros deseos groseros, egocéntricos, nos impulsa a tomar decisiones y orientaciones mezquinas y parciales. La impureza está ahí, no vayáis a buscarla a otro lugar.
La pureza y la impureza son pues ante todo una cuestión de intenciones, de objetivos. En efecto, son las intenciones y los objetivos los que vuelven puros o impuros nuestros actos. Cuando tenéis un objetivo desinteresado, cuando queréis trabajar para el bien de todos, vuestra actividad es pura. Así pues, si buscáis sinceramente la pureza, con todo vuestro corazón, con toda vuestra alma, esforzaos en limitar las manifestaciones de vuestra naturaleza inferior.”
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Playa de Hendaya, Francia, 17 julio 2015