Hoy se nos invita a resucitar de entre los muertos vivos.
Se nos habla de maravillarnos, de contemplar a los seres y a las cosas como si fuera la primera vez.
Ayer, en el paseo de Urbasa, descubríamos de nuevo el surgir de la primavera, ese regalo inmenso que nos llega cada año.
¿Somos conscientes del cielo azul, de la alegría que nos da el sol, del murmullo de la brisa de la tarde? ¿Del plato de comida que se nos ofrece cada vez?
El día está lleno de mensajes, algunos milagrosos, sutiles.
La mayoría se nos escapan por falta de atención o por distracciones vanas, efímeras, inútiles.
Quizás el 80% de lo que se nos ofrece por radio, televisión e internet es irrelevante y banal. Todos hablan a la vez y nos arrastran a peleas navajeras.
Y la avalancha diaria de basura impide ver el cielo azul. Y se nos pasa la vida, la maravillosa vida.
El cielo azul, limpio, como en una ensoñación…
Pero si permanecemos atentos a algunos rostros, quizás descubramos otra humanidad.
Volverse vivo significa despertarse a las manifestaciones infinitas de la vida a nustro alrededor, saludar a las personas con que ns cruzamos, ver en ellas la chispa de la vida divina, darles las gracias por todo lo que nos dan o hacen por nosotros, y a veces sn incluso saberlo nosottros mismos. Volverse vivo es maravillarse sin cesar, contemplar sempre a los seres y a las cosas como si fuera la primera vez. Si, esto es volverse vivo con la vida del mismo Dios. Puesto que la vida es el lazo más fuerte que nos une a Dios, para llegar a ser verdaderos hijos e hijas de Dios debemos trabajar en haer que nuestra propia vida sea dovina.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “¿Qué es ser un hijo de Dios?”, p. 23, Colección Izvor, Editorial Prosveta. Imagen: atardecer a la entrada del desierto de Akakus, Libia, diciembre 2006