La presencia invisible nos visita sin hacer ruido.

Es una presencia sutil, un algo indefinible, frágil y poderoso a la vez.

Podemos hacerle un hueco, un lugar dentro, para que se instale y permanezca más tiempo en nosotros.

Y ese hueco puede ser sagrado para que la presencia venga más y más, para que nosotros vayamos a su encuentro para decirle: ven a mi interior, se bienvenida, habítame.

Cuando esa presencia invisible está dentro ya las gotas del roció nos hablan, ya sabemos descifrar qué hay detrás de la alegría de los pájaros, ya nada queda oculto.

Descubrimos entonces el lado divino de la vida, poderoso y potente, que nos invita a vivir con la mayor dignidad y certeza, sabedores de nuestra naturaleza.

Todo es mucho más simple entonces, y también mucho más hermoso.

La atención mantiene el amor, mantiene la vida. Así pues, prestad atención a los árboles, a las flores que encontráis en vuestro camino, a las gotas de rocío, a las mariposas, a los pájaros.

También podéis comprender este consejo interiormente. Porque también en vuestro interior hay mariposas que revolotean de flor en flor y pájaros que cantan. A veces, al abrir vuestra ventana por la mañana, os sentís habitados por presencias invisibles, semejantes a las que viven en los cuentos de hadas, y es como si las gotas de rocío brillaran sobre las flores y las hojas de vuestra alma. Poned atención en esta sensación, no dejéis que se desvanezca sin tratar de retenerla por lo menos un momento.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: fotograma de “El árbol de la vida”, de Terrence Malick