Utilizábamos hace unos días la frase de “los pies en la tierra, la mirada en el cielo”.

El espíritu y la materia deben ir de la mano, en armonía.

Esta armonía se logra viviendo desde el alma, de la que el cuerpo físico puede o no ser expresión.


Somos el alma, y el cuerpo físico en forma de personalidad o ego es su vehículo en la tierra durante un tiempo.

Pero si nos identificamos solo con el cuerpo físico, alma y personalidad permanecerán disociadas.

Viviendo desde el alma nos consagramos a la realización del ideal divino.

Desde el alma toda la perspectiva cambia y el interior está consagrado a ese ideal.

Desde ese plano, nada debe turbarnos.

Es importante conseguir reunir en nosotros el Cielo y la tierra, es decir aprender a vivir con nuestro ideal divino, pero al mismo tiempo no perder nunca el sentido de la realidad terrestre. Este es el verdadero equilibrio. Pero como es difícil de realizar, lo que encontramos más a menudo, son idealistas que no saben por donde pisan, o materialistas completamente obnubilados por las necesidades de la vida terrestre. La superioridad de una enseñanza espiritual, está en formar seres que saben que están sobre la tierra para trabajar, teniendo su interior totalmente consagrado a la realización de su ideal divino. Se vuelven uno con este ideal, y se fusionan con él sin perder el sentido de la tierra. Estos son los seres del futuro.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: atardecer en Madrid 22 noviembre 2012: autor: Alfredo González