El pensamiento de hoy habla del largo peregrinar del alma, que viene a la tierra desde donde reina la paz y la luz.

Al final del camino, hay un regreso a la patria celestial.

Hoy no lo vemos, pero esa nuestra verdadera y única patria.

Aquí, en la tierra, algunos intuyen con nostalgia y a veces con melancolía ese lugar de paz y de luz.

Ayer y el lunes hemos hablado de mantener muy viva la conexión con ese lugar.

Recordando esa filiación con el Uno recuperamos la fe, la esperanza, el propósito.

La bella patria celestial es la Casa del Padre, donde ya no hay estrecheces ni engaños.

Es nuestra patria.

«Cuando llega el otoño, las hojas caen de los árboles y se cosechan los frutos maduros. Algunos como las nueces o las castañas pierden su envoltura. El otoño es el periodo de la separación.
Y de la misma forma que el fruto se separa del árbol, y que el hueso o la semilla se separa del fruto, el alma humana se separará un día de su cuerpo. En otoño, el espectáculo de la naturaleza y su atmósfera nos invitan a meditar sobre esta separación. Cuando llega el momento, el alma humana debe abandonar su cuerpo, su envoltura, y lo mismo que se pone a resguardo el grano en el granero, en espera de ser sembrado durante el invierno, el alma se pone a resguardo en el Cielo. Más tarde, igual que el grano, será sembrada de nuevo, es decir, será enviada a la tierra para reencarnarse en ella. Y entonces será el invierno para ella: sufrirá al acordarse con nostalgia del lugar que ha dejado, este lugar en donde reinaban la paz y la luz. Pero trabajará y dará frutos, pensando en los días felices cuando vuelva a su patria celestial.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Valle del Tena (Huesca), agosto 2015 (Angel Sanz Goena)