Hoy se nos habla de nuestra predestinación divina, de nuestra patria celestial.

Desde las dificultades que experimentamos en la materia, arguentaremos, hablar de patria celestial es una quimera.

Pero existe un Plan para la humanidad, según el cual todo ser al final de su evolución alcanzará la iluminación, aflorando su esencia divina.

Algunos ya lo han conseguido: Buda, Jesús, y miles de liberados vivientes nos han dejado su testimonio.

El Plan requiere tiempo medido en siglos, y entretanto, hay momentos de desánimo, pero el desánimo es una manifestación de la personalidad, no del alma.

La patria celestial está aquí en la tierra, es un estado de consciencia.

Se accede a ella por medio del amor, incluso en medio de grandes privaciones.

En esa patria siempre hay luz.

Por eso se nos dice: “Avanza, hermano mio, hacia el Camino Iluminado”.

Que así sea.

A pesar de vuestros esfuerzos para abriros a las vibraciones celestiales, puede ser que algunos días no sintáis nada. Pero no os desaniméis, llegarán otros días en los que de nuevo las sentiréis. El camino que conduce a nuestra patria celestial es largo y difícil; sin embargo, si hay una cosa de la que jamás debemos dudar, es que un día la alcanzaremos, mientras que con las empresas terrenales, ¡es mucho menos seguro tener éxito!

Cuando alguien es suspendido dos o tres veces en un examen o fracasa en unas elecciones, se le hace comprender que es inútil insistir, y que debe abandonar. Pero cuando se trata de nuestra predestinación divina, cualesquiera que sean los fracasos y las caídas, debemos perseverar a toda costa. Esta predestinación está tan profundamente grabada en nosotros que un día u otro alcanzaremos la meta.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Foto: el pico del Ama Dablam, Nepal,, 13 mayo 2004