Desde un avión, a corta altura, las ciudades y los campos se nos muestran ordenados, abarcables.

Vemos también el horizonte extenderse más allá e intuimos la curvatura de la tierra.

La vista nos parece magnífica, como un gran secreto que de pronto se nos manifiesta y aclara.

En ocasiones nos llena de emoción.

Cuando volvemos  a la tierra vivimos de nuevo a ras del suelo.

Aquí es más difícil ver los matices, la perspectiva. No somos capaces de visualizar más allá de lo inmediato.

Pero nos queda la visión magnífica del horizonte, que nos ha dado otra información.

Nos habla hoy Aïvanhov de la paciencia y de encontrar sentido a todo lo que nos ocurre, incluso lo que nos parece que no tiene ningún sentido.

Cuando proyectamos al futuro, hacia ese horizonte que acabamos de ver en nuestro corto vuelo, comenzamos a entender.

Con mucha humildad, es tiempo de recogerse y también de confiar.

De confiar plenamente, a pesar de todo.

La paciencia trabaja con el tiempo. Con el tiempo, todo lo que habéis vivido, incluso los momentos más difíciles, pueden llegar a ser una fuente de enriquecimiento y de alegría. Nada, en efecto, sucede por casualidad, todo tiene un sentido, pero os corresponde a vosotros encontrarlo. En el momento en el que experimentáis un sufrimiento, cualquiera que sea su naturaleza, que vuestro pensamiento no quede fijado en él, ligado a él. Proyectadlo hacia el futuro diciéndoos que pronto habréis olvidado lo que ahora os hace tanto daño o, si es imposible olvidarlo, lo veréis bajo otra perspectiva. Cuándo se sabe cuánto nuestros estados interiores pueden modificarse con el tiempo, se soportan muchas más cosas.

Para desarrollar la paciencia, existen también ejercicios prácticos que podéis hacer. Por ejemplo, lavaros las manos y tocaros inmediatamente las orejas estirando suavemente los lóbulos hacia abajo. He ahí otro método: de vez en cuando, masajearos el plexo solar en el sentido de las agujas del reloj.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: “The Unspilled Chalice” (1927), pintura de Nicholas Roerich