Hoy se nos habla de buscar un equilibrio entre nuestras dos dimensiones, material y espiritual.

El hombre pleno es aquel que logra la armonía y la comunión entre ambas.

En esta comunión, lo material (personalidad) está al servicio de lo espiritual (el alma) para ser afinado instrumento. Ambas se necesitan.


La superficie está volcada al mundo material, arrastrada por tres grandes imanes: el deseo, el poder y el dinero, cuya satisfacción les alimenta más y más, en una rueda sin fin.

Urge por tanto abandonar el mundo de la superficie para acceder a mundo de la profundidad, de las causas.

Podemos ser instrumento afinado o desafinado.

¡Qué pena y qué tristeza tanto tiempo desafinados!

El cielo, tantas veces al día, se pinta de los colores más bellos para invitarnos a la comunión.

«He ahí un equilibrio que cada uno debería poder encontrar: cómo vivir en el mundo, tener relaciones con él, trabajar en él, pero dando siempre prioridad a lo esencial, al alma y al espíritu. Un ajuste de esta magnitud es difícil, evidentemente, y cada caso es particular.

Fundamentalmente, todos los seres humanos poseen sin duda la misma naturaleza, todos tienen necesidades físicas y también necesidades espirituales, incluso si muchos no son conscientes de ello: pero su temperamento no es el mismo, su vocación en esta existencia no es la misma, y cada uno debe encontrar individualmente su equilibrio. Aquél que se siente impulsado a fundar una familia, no puede resolver esta cuestión de la misma manera que el que prefiere quedarse soltero. Aquél que tiene necesidad de mucha actividad física, no puede llevar la misma vida que el que tiene un temperamento meditativo, contemplativo. Lo esencial, es que cada uno sea capaz de analizarse bien para llegar a conocer sus tendencias profundas. Una vez las conoce, debe esforzarse para equilibrar en su vida lo espiritual y lo material.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: amanecer en Majadahonda el 22-1-14