Nos habla hoy Aïvanhov de unir espíritu y materia, que es otra forma de entender traer el Cielo a la tierra.
El hombre tiene la tarea elevada y sublime de transformar, de embellecer y de purificar la tierra.
Nuestro pensamiento y acción pueden estar dirigidos en todo momento a este objetivo elevado.
La pureza puede instalarse en nuestro interior para que lo que manifestemos esté en línea con ese objetivo superior. Depende de nosotros.
Cada día es una nueva oportunidad. Aunque hayamos tropezado el día anterior, aunque se haya pasado la mitad de la vida, cada día estrenamos una página limpia y nueva.
La fuerza que en nosotros reside es inmensa cuando la descubrimos, cuando nos conectamos.
Ahí está, a nuestra disposición, para embellecer la tierra, para trabajar con el Padre.
Cuando Jesús dijo en la oración del «Padre nuestro»: «Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo…» no solamente subraya la unión que existe entre la tierra y el Cielo, sino que también enseña a los humanos que tienen la misión de transformar, embellecer, purificar la tierra para que un día sea parecida al Cielo. Diréis: «¿Pero cómo? ¡Es imposible!» Sí, es posible. Un espiritualista debe tender hacia el Cielo, está claro; pero una vez ha logrado alcanzarlo, también debe pensar en hacer bajar esta luz que está en el Cielo, este amor que está en el Cielo, este poder que está en el Cielo, esta pureza que está en el Cielo, a fin de introducirlos en su cerebro, en sus pulmones, en su estómago,… en todo su cuerpo. Y de este modo, después de muchos años de esfuerzos logrará realizar en él la unión del Cielo y de la tierra, del espíritu y de la materia. Y una vez haya realizado esta unión en él, podrá contribuir a realizarla también a su alrededor.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86), Pensamientos Cotidianos, www.prosveta.es. Foto: Fiesta de fin de curso en la residencia de Anand Bhavan (Fundación Ananta-Colores de Calcuta), 25 abril 2010