Aïvanhov nos llama a desarrollar el amor divino, y a protegernos del egoísmo y de la posesividad.

Nos llama a abrirnos al otro, para descubrir nuestra humanidad en el otro.

Nos invita a bajar barreras para intentar la comunicación con el otro desde el alma.

Nos convoca a que seamos como el agua pura, que mana, que fluye y que riega todo a su paso, creando vida.

Su llamada nos recuerda a esta otra tan bella: “Que el amor del Ser Divino se derrame por todas partes”.

Que nosotros seamos instrumentos en su difusión.

La pureza no consiste en protegerse de cualquier contacto, encerrado en un frasco de cristal. No, esta pureza que sólo piensa en protegerse es inútil, incluso es nociva. La verdadera pureza es el amor divino, porque el amor divino es la vida, es el agua que mana de la fuente, y al brotar rechaza todo lo que es sucio, opaco y oscuro. Una pureza sin amor, no es verdaderamente pureza. ¡Cuántas religiones han creído y creen todavía que la pureza consiste en protegerse del amor! Quizás sean blancos como la nieve, pero también son fríos como la nieve y su pureza es estéril.

No es del amor que es preciso protegerse ni del contacto con los demás, sino del egoísmo, de la posesividad; en el momento en que semejantes sentimientos entran en un ser, ya no es puro. La verdadera pureza es la del agua cristalina que mana, que fluye y va a regar los campos y los jardines en el alma y el corazón de todos los seres.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es. Foto: niñita en el dispensario de Pilkhana, Howrah, Calcuta, 22 abril 2010