Es una cadena además sagrada, que nos une con lo de arriba y con lo de abajo.
Desde arriba puede llegarnos una corriente poderosísima en forma de sabiduría, luz y amor. Y nosotros podemos transmitirla sin parar a todas partes.
Podemos ser una antena siempre conectada a esa corriente de luz.
Siempre emitiendo, siempre trabajando.
No hay que desfallecer, a pesar de todo.
Seamos cada uno esa luz.
Estamos unidos a seres que están por encima de nosotros: los ángeles, los arcángeles… hasta Dios mismo. Pero también estamos unidos a los que están por debajo de nosotros: los animales, las plantas, las piedras.
Comprenderéis mejor en qué consiste este vínculo si observáis cómo circulan las dos corrientes, ascendente y descendente, dentro del tronco de un árbol: la corriente ascendente transporta la savia bruta hasta las hojas donde se transforma en savia elaborada, mientras que la corriente descendente transporta la savia elaborada que alimenta al árbol. En el Árbol cósmico, el hombre se halla en el paso de estas dos corrientes que lo atraviesan y debe aprender a trabajar conscientemente con las dos. Cuando ha logrado atraer la sabiduría, la luz y el amor del Cielo, los transmite a los seres situados por debajo de él y unidos a él, hasta llegar a los minerales. Después, gracias a otra corriente de circulación, estas fuerzas, otra vez a través suyo, ascienden desde los minerales hasta los reinos superiores de la creación. Aquél que se une conscientemente con esta cadena viva de los seres, vive en la alegría, la luz y la paz.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos (www.prosveta.es). Imagen: Tibet (1933), original de Nicholas Roerich