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Los seres humanos tropezamos, caemos.

Avanzamos dos pasos y retrocedemos uno.  A veces avanzamos un paso y retrocedemos dos.

Tropezarse duele, la luz parece que se aleja y la energía se va.


Con humildad debemos levantarnos y sacudirnos el polvo, y empezar a caminar de nuevo.

No tiene mucho sentido mortificarse en el error. Sí tiene sentido resolver no volver a cometerlo.

Cuando dirigimos nuestras energías hacia el mundo de la armonía se producirán cambios en nosotros.

Vendrán nubes y tropiezos, pero serán menos frecuentes.

Caeremos, nos levantaremos más rápido.

El camino siempre nos aguarda.

Muy pocas personas son capaces de mantener interiormente una buena orientación. La mayoría oscilan sin cesar entre la luz y las tinieblas, y es por ello que el futuro se les presenta siempre incierto. Os preguntaréis: «Pero, ¿cómo mantener la buena orientación?» Juntando todas vuestras energías para dirigirlas hacia un único fin: el mundo de la armonía, del amor, el mundo divino. Incluso si de vez en cuando aparecen algunas sombras, esto no durará: en la medida en que mantengáis en vuestro espíritu la buena dirección, llegará un día en que no os desviaréis más.

El destino humano se rige por leyes rigurosas, matemáticas: del mismo modo que vuestro estado actual es el resultado de lo que habéis vivido en el pasado, vuestro futuro depende de la orientación que le dais ahora a vuestras energías.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: fotograma no publicado de “El árbol de la vida”, de Terrence Malick