Ayer Joan Melé refirió la historia de las trincheras el 24 de diciembre de 1914, en la primera guerra mundial.

Los soldados alemanes recibieron árboles de Navidad y tímidamente empezaron a cantar “Noche de Paz”.

Los soldados aliados, unos pocos metros más allá, refugiados en sus miserables y húmedas trincheras, escucharon el canto, y también cantaron.

Al poco todos salieron de las trincheras, primero a gatas, luego erguidos, en una tregua espontánea, sin armas, para encontrarse.

Se encontraron. Compartieron unos cigarrillos, unos cantos, un miedo profundo, el dolor de estar allí matándose. Esto duró un tiempo.

Cuando la noticia de todo ello llegó al Alto Mando, instalado en sus castillos y palacios, se tomaron medidas enérgicas para que esto no volviera a ocurrir.

Y la guerra continuó.

El anhelo de paz y de encuentro de esos soldados en sus miserables trincheras fue cortado de raiz por los que mandan.

Que no nos ocurra como a esos soldados, que también son nuestros hermanos.

Que alla donde vayamos hablemos de paz verdadera para vivirla de verdad.

Y que seamos lúcidos para cuando sea preciso denunciar a los que mandan.

Hoy por hoy los que mandan siguen con el mantram pasado de “si quieres la paz prepárate para la guerra”: es preciso denunciarles.

Siguen vendiendo armas, y los presupuestos de defensa y de ataque, de espionaje, de torturas son los que menos recortes sufren.

El ejército pacífico de los ciudadanos es necesario.