Hoy hablamos de la unión, del yoga.

Está la unión con nuestro Ser, con el alma, con el yo superior, que se logra a través de la meditación y de vivir en la consciencia del alma todo el día.

Está también la unión con el Creador, con el Divino, con el Uno.

La primera nos pone en contacto con nuestro centro: nos da serenidad y equilibrio, y nos ofrece paz y sabiduría, a pesar del caos del mundo. Nos libera de la esclavitud del ego.

La segunda nos pone en contacto con la cadena de la vida y con el más alto ideal. Significa refugio, significa, en palabras de Jesús, “mi Padre y yo somos Uno”.

Miles de millones de seres humanos viven ajenos a la unión. Las razones son múltiples, desde la pobreza extrema hasta la distracción extrema.

Los que están en la unión nos hablan del cielo en la tierra y de la posibilidad de amar más allá de lo imaginable. Son capaces de ver las chispas divinas que conforman toda materia.

Cada día tiene su afán, se nos dijo. Y en ese afán debiera jugar un papel importante la unión, que es la puerta a otro mundo.

La vida diaria es como una corriente que os lleva y no siempre os da tiempo ni posibilidad de reflexionar para ver hacia donde os arrastra; por esto os dejáis invadir constantemente por todo tipo de compromisos y actividades. De momento, os parecen útiles, razonables, pero algún tiempo después os dais cuenta de que habéis perdido mucho tiempo y energía para obtener tan escasos resultados. Esto no quiere decir que no debáis interesaros en nada, aparte de la vida espiritual. En realidad, cualquier actividad puede ser beneficiosa, pero con la condición de estar bien aferrado a un alto ideal, a una filosofía divina. Si os colgáis de una cuerda sólida y bien sujeta, podéis balancearos en todas las direcciones. Pero si el nudo no es sólido, o la cuerda está gastada, os caeréis y os romperéis la espalda. Así pues, siempre debemos recordar la importancia de la unión, de la unión con el Cielo; mientras conservéis esta unión, cada una de vuestras actividades os aportará algo bueno.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: escena de «El árbol de la vida», de Terrence Malick